PASTOR ATURDIDO
Yo era monaguillo en la iglesia de un pueblo de la Serranía de Cuenca. Mi amiguita del Colegio era una beata, pues siempre se ponía en el primer banco de la Iglesia, en sus oficios.
Ella me decía:
-Yo amo mucho a Jesús. Y cuando voy a confesar o beso la custodia con la sagrada hostia siento como si una paloma o un pajarito me besara los labios del Chichi.
Yo notaba que el cura celebrante la miraba con ojos de enamorado, pues ella era muy bonita. Me decía:
-Si no fuera porque me gustas, me iría a estudiar a un convento de monjas.
-Pues yo me iré, también, a un Monasterio o al Seminario, cuando dejes de tener mi pilila bajo tu custodia, y no la saques en procesión dos veces al día en las eras.
-.Qué gordita la tienes, je, je.
-Y tú qué chichi más lindo. Parece la chicha de una almejita de nácar.
Nuestros sueños fueron truncados por un pastor aturdido de ovejas del pueblo que nos vio, un mediodía, jugando con nuestros sexos y montándonoslo como hace el perro a la perra, a los que imitábamos. Perros que, por cierto, eran del pastor, para más gracia y desgracia.
Con una cayada nos dio tan duro en el culo que nos dejó moratón. Se lo comentó a nuestros padres. Y nuestros padres nos mandaron a mí, al seminario, y a ella, a un convento de monjas de los más estrictos.
De ella no supe nada. Pero, yo, sí que la recordaba todos los días. Y, cuando tenía mi pilila entre las manos y los dedos, por tres veces con toda mi fuerza la sacudía, y ella escupía leche sobre los libros que yo estaba estudiando.
Siempre me decía a mí mismo:
-Nunca habrá una chica como ella a la que quiera tanto.
-Daniel de Culla
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